Tibet, historia de la invasión china

Hay zonas del mundo que viven en conflicto permanente. Tal es el caso del Tibet, una región que ha vivido continuamente asolada por los intereses colonialistas de las grandes potencias. Ahora, Tibet vive a la sombra del gobierno central de China, encargado de aplastar y acallar cualquier intento de manifestación o rebelión en su territorio.
Sin embargo, esta mítica región que, curiosamente, siempre ha sido considerada el centro del saber religioso budista, y fuente de paz espiritual, ha sido motivo de disputas para otros grandes imperios de la época, como el británico, el mongol o el indio.
Es curioso que una región económicamente tan pobre, sea a la vez tan deseada. ¿Dónde está entonces ese poder de atracción tibetano? ¿qué impulsa a que tantos ojos se vuelvan hacia ella?
Interés estratégico del Tibet
Hay un factor que históricamente ha sido vital para el desarrollo de la humanidad, un bien preciado por todos: el agua. La posición estratégica del Tibet, en el centro de Asia, lo sitúa en la cordillera del Himalaya, en un lugar donde nacen todos los principales ríos chinos, como el Mekong. Gracias a su altitud, el Tibet vive continuamente entre nieves, y el deshielo es fuente natural de esa riqueza acuífera.
Es así que durante siglos, el Tibet se haya visto empujado a luchar contra tantos extranjeros a su tierra. Fueron primero los mongoles en el siglo XIII quienes la invadieron. Durante casi tres siglos estuvieron a expensas del gobierno mongol, aunque éstos no interferían demasiado en las decisiones tibetanas, e incluso fue en esta época cuando se desarrolló el budismo tibetano con la aparición de los primeros Dalai Lamas.

Historia del Tibet en el siglo XX
Tras una primera invasión china en el siglo XVII, Tibet entró en el siglo XX enfrentándose al imperio inglés, cuyas ansias imperialistas le habían llevado a adentrarse en buena parte de Asia. En el año 1903, los ingleses obligaron al Dalai a firmar un acuerdo comercial con India, que a su vez estaba controlada por Inglaterra. Aún así, un año después, los ingleses mandaron a sus tropas a Lhasa bajo el pretexto de que estaban influenciados los tibetanos por los rusos.
Estuvieron dos años en territorio tibetano, pero para reconocer la soberanía china obtuvieron una fortísima indemnización tras la cual se retiraron.
A pesar de que en el año 1910 los chinos volvieron a entrar en Lhasa, en el año 1912 Tibet proclamó su independencia que se mantuvo, no sin muchas y frecuentes escaramuzas chinas, hasta bien entrado la mitad de siglo.
Con la presencia de un nuevo Dalai, Tenzin Gyatso, un niño de apenas 16 años por aquel entonces, China envió a casi 80.000 soldados al Tibet. Apoyados en que TIbet seguía dependiendo del imperio británico, y bajo la excusa de la liberación tibetana de las fuerzas extranjeras, China elaboró un Acuerdo para la Liberalización del Tibet. Mentiras todas para ir formando poco a poco una estructura que le permitiera finalmente hacerse con el poder de esta región de los Himalayas.
El momento crítico ocurrió en el año 1959. El 10 de marzo de aquel año y para sofocar una manifestación anticomunista en Lhasa, las tropas chinas atacaron. Oficialmente los muertos alcanzaron la cifra de 87.000 personas, y el Dalai Lama tuvo que huir del país. Aquel mismo día China anunció que Tibet quedaba bajo gobierno chino como una región más del inmenso país.
Un poco de turismo…
Hoy día, la situación política continúa igual. De hecho, con motivo de la celebración de los Juegos Olímpicos de Pekín, Tibet volvió a vivir otro episodio negro. Sin embargo, lo cierto es que Tibet sigue trabajando por abrirse al exterior, y hoy día, es un destino muy admirado por los turistas.
Aunque su situación no sea fácil, lo cierto es que Tibet tiene mucho que ofrecer. Lhasa, su capital, es una ciudad de paisajes impresionantes; lugares que nos darán recuerdos imborrables, donde el Palacio de Potala ejerce de embajador frente al mundo con su imponente silueta recortada sobre la cadena del Himalaya.

Lhasa es una ciudad única que rezuma espiritualidad. Su aspecto típicamente oriental por sus templos budistas de techos dorados, se acompasa con la tranquilidad que desprenden sus edificios blancos que se integran perfectamente con el paisaje que le rodea.
Si llegáis en avión al aeropuerto de Gonkar, en el camino a Lhasa veréis un templo que presume de tener un Buda tallado en piedra de tamaño gigante, el Nietang Buda. En la ciudad, aparte del Palacio de Potala, deberíais visitar el templo Jokhang y pasear por la comercial calle Barkhor para imbuiros en el auténtico espíritu tibetano.
Como os decía al principio: curiosos contraste de un país que para los turistas y los extranjeros rezuma paz y tranquilidad, pero que internamente tiene su corazón herido.
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Publicado en: Edad Contemporanea
