La República y las democracias europeas tras el golpe de 1936
Ortega dejó escrito aquéllo de que ser de derechas, como ser de izquierdas, es una de las formas que tiene el hombre de ser imbécil. Es un certero diagnóstico de la época en la que vívía y lo es todavía más de la nuestra.
Definir la naturaleza humana, las complejidades de cada hombre y mujer de carne y hueso, según los periódicos que lleve bajo el brazo o la emisoria de radio que sintonice por las mañanas (pues a eso acaba reduciéndose la presunta lucha ideológica que campa a sus anchas en el ámbito de la política moderna que no es más que politiqueo) es de un reduccionismo contumaz y miserable.
Eso ocurría en la II República, sí, desde esa perspectiva cabe hablar del tanto monta monta tanto de dos facciones. Pero sólo desde esa perspectiva. El revisionismo que no cesa en su asalto al pensamiento de nuestra historia no es cosa de ayer, ha existido siempre (de hecho no deja de ser, esperpénticamente, un revisonismo de sí mismo, pues durante mucho tiempo ha dominado la línea oficial de interpretaciones del pasado). Sin embargo, la tesitura de su voz ha cambiado. Ya no se esconde, ya no pretende seducirnos con la voluptuosidad del sentido común, de la necesidad de los tiempos, sino que se muestra brutal, arbitrario, mentiroso.
¡Hay tanto por decir, son tantas las urgencias…! Sin embargo, ahora solamente se trata de aclarar el papel de las democracias europeas, Francia e Inglaterra en esencia, ante el desarrollo de los acontecimientos que siguieron al golpe del 36. A la República la dejaron a la merced no del ejército sublevado, sino de las potencias del Eje.
De hecho, calificar a la guerra del 36 de civil es falsificar en parte la historia. Fue una agresión militar en toda regla. Franco, Hitler y Mussolini, la España nacional, la Alemania nazi y la Italia fascista, atacando a un estado soberano y democrático. ¿Qué hicieron entonces Inglaterra y Francia, la cuna del parlamentarismo y de las libertades?
Inglaterra se escandalizó con la revolución social que se extendió por buena parte de la zona republicana tras el golpe de julio. Cabe decir que tenía ganas de escandalizarse. De lo contrario no se entiende que juzgase más seriamente las barbaridades cometidas, en ausencia del poder efectivo de la República, por elementos exaltados que la conocida estrategia militar de Franco: prolongar la guerra para limpiar España (de rojos, judíos, masones, heréticos…).
Ni que mirase para otro lado ante las enormes ayudas, desde Alemania e Italia, a Franco, decidida a no inmiscuirse en una «cuestión interna». En el fondo, más que lavarse las manos como Pilatos, Inglaterra estaba más cómoda con una España franquista que con otra republicana (léase el libro imprescindible con el que Ángel Viñas cierra su trilogía, El honor de la República).
Francia, por su parte, se mostró acomplejada e impotente, en todo momento sumisa con la posición británica, aunque su caso sea un poco más complejo. El gobierno del Frente Popular se diría más proclive en principio a corresponder al vecino del sur. Pero era un gobierno débil, sin personalidades lo suficientemente vigorosas, y lo sabía. Temía las consecuencias de ayudar a la República… aunque a partir del 37 ésta sólo le pedía que abriese la frontera.
Porque hasta ese punto llegó la triste pantomima del dueto francoinglés: mientras impedían la llegada siquiera de material a la necesitada República, Hitler y Mussolini no tenían problema alguno en suministrar lo que fuese, armamento, hombres, material, al ejército nacional. Y todavía los historiadores tienen la desfachatez de acusar al gabinete de Negrín de haberse entregado a los soviéticos.
La URSS fue el único apoyo relevante que tuvieron, así que no les quedó otra que hacer virtud de la necesidad. Así las cosas, lo extraordinario no es que Franco, los militares profesionales, los mercenarios africanos, la Legión Cóndor alemana y las tropas italianas ganasen la guerra. Lo verdaderamente asombroso es que la República se mantuviese casi tres años con sólo el recurso del entusiasmo popular. No en vano, en esa bella idea ya había visto el nada apasionado Kant, cuando lo de la Revolución francesa, un símbolo del progreso moral. Gracias por aclarárnoslo, maestro.
Foto vía: sobrefotos
Publicado en: Edad Contemporanea, Historia de España
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Francia e Inglaterra se han comportado de manera voraz en sus colonias y de manera indiferente ante los abusos perpetrados a lo largo de la historia. Con ello han sido causa de enormes injusticias de las que, en 2019 como en 1936, dicen no participar, en una conducta inhumana e irresponsable que no sé porqué hemos tolerado.