Napoleón II, un príncipe que nunca reinó

Napoleón II

El 20 de marzo de 1811, cien ensordecedores cañonazos sobre París avisaban de un feliz acontecimiento, el nacimiento del heredero del Emperador de los franceses. Al retoño se le dieron cuatro nombres, Napoleón, por su padre, Francisco, por su abuelo materno, José, por su tío al que lo españoles apodaban “Pepe botella” y Carlos, por su abuelo paterno, de apellido Bonaparte, aunque ha pasado a la Historia con el alias del “Aguilucho”.

Desde el momento de su venida al mundo ostentó los títulos de Príncipe Imperial y Rey de Roma, pero tan prometedor futuro se difuminó a medida que los ejércitos aliados avanzaban hacia París ante la impotencia de la Grande Armée para detenerlos.

Su padre derrotado exclamaba en el exilio “Mi vida política se acaba, proclamo a mi hijo bajo el título de Napoleón II, Emperador de los franceses”, pero su madre Mª Luisa de Austria, segunda esposa de Napoleón, regresaba a la Corte de Viena, llevándose con ella al heredero y educándole en el palacio de Schönbrunn bajo la mirada de su abuelo Francisco I, quien intentó borrar cualquier rastro que delatase su origen galo, desde su nombre que lo cambió por Franz, hasta su origen, para lo cual le otorgó el título de Duque de Reichstadt y le dio todos los honores que le correspondían a los miembros de la Casa de Hasburgo, alejándolo de cualquier contacto con los bonapartistas que veían en él la continuidad de sus ideas.

Pero la fatalidad acompañaría al joven Napoleón cuando con solo veintiún años, el 22 de julio de 1832, contrajo la tuberculosis y murió, correspondiéndole el honor de ser el último rey de Francia a su primo Napoleón III.

Hitler ordenó el traslado de sus restos el 15 de diciembre de 1940, desde Viena a Los Invalidos en París, para que padre e hijo descansaran juntos, aunque su corazón sigue estando enterrado en la capital austriaca.

Imagen: C.W

Publicado en: Edad Contemporanea, Personajes históricos

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