13 de mayo del 68, manifestaciones en París

13 de mayo del 68

Seamos realistas, pidamos lo imposible coreaban en París los jóvenes del 68. Sin duda la playa estaba debajo del asfalto, y por eso aquellos espontáneos de la revolución levantaron las calles de la capital, la cubrieron de barricadas, se rebelaron contra la sociedad dirigida de sus mayores, quienes tuvieron que contemplar atónitos la rección de unos cachorros que, más que en ningún otro momento de la historia, parecían tenerlo todo. Sí, tenían buenas casas, buenos sueldos, buenos coches, pero les faltaba aire. El aire de la libertad.

Algún filósofo ha dicho que entonces surgió el acontecimiento. Sin previo aviso, sin ser forzado de antemano, como todo buen acontecimiento. La juventud de los años sesenta fue acumulando frustraciones en la sociedad de consumo ya consolidada de aquel capitalismo tecnocrático que sigue siendo el nuestro. Hartos del padre, como se ha dicho, del fariseísmo moral y la hipocresía social, de las ataduras que asfixiaban su día a día a través de unas costumbres sofocantes y unas leyes rigurosas.

Pese a que ahora está de moda una historiografía neocon gustosa de criticar lo ocurrido entonces (ya Mitterrand la había llamado la «revolución de los zánganos») y que, por cierto, encuentra gozoso eco en los papagayos de bastantes medios de comunicación, es tanto lo que nuestra sociedad ( y muy significativamente las mujeres) le debe a aquel delirio adolescente que solamente deberíamos lamentar que mecha se apagase antes de tiempo.

Esa mecha había prendido en las universidades americanas en los primeros años de la década. Se luchaba por los derechos civiles de las minorías y contra la guerra de Vietnam. La llama de la mecha salta hasta la otra punta del mundo, China, en 1965, para por fin llegar a Europa dos años más tarde. En Alemania los jóvenes se manifiestan contra el imperialismo, en Italia las universidades son autogestionadas por los estudiantes a finales de 1967, en Checoslovaquia los ciudadanos provocan el hermoso sueño de la Primavera de Praga. Sólo a finales de marzo de 1968 algo se mueve también en la Francia del general De Gaulle.

A lo largo de abril algunas manifestaciones de estudiantes son reprimidas con dureza por los cuerpos de seguridad. Una prohibición insensata en la universidad de Nanterre, a las afueras de París, solivianta a algunos «grupúsculos» de jóvenes, como los llaman el Partido Comunista (su ceguera para comprender lo que estaba ocurriendo es digna de profunda meditación) y sus sindicatos estudiantiles, además de las autoridades y la juventud derechista. El 6 de mayo los jóvenes de la Sorbona, no dirigidos pues por ningún partido, por ninguna organización, se manifiestan junto a Nanterre. La policía carga, los estudiantes se defienden con adoquines y muchos son detenidos.

Entonces se desata la locura. Los alrededores de la Sorbona y el Barrio Latino se convierten en el escenario de una lucha campal. El número de alborotadores crece exponencialmente y de la mano del número de detenciones y juicios sumarios. Cada día los enfrentamientos son más violentos pero el Partido Comunista sigue en sus trece y califica a Daniel Cohn-Bendit, uno de los líderes estudiantiles, de «judío alemán».

Decisivo resulta que la ciudad de París pareciese estar del lado de los manifestantes. La prensa rompe tibiamente su burda alianza con el status quo. El Gobierno empieza a preocuparse. El 13 de mayo los sindicatos convocan una huelga general y en una demostración de fuerza insospechada casi un millón de personas recorren las calles de la capital. ¿Pero qué diablos querían aquellos «hijos de papá»?

Publicado en: Edad Contemporanea

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