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Los tercios españoles en el siglo XVI

El siglo XVI ve nacer una rivalidad estratégica semejante a la mantenida por Atenas y Esparta en la Guerra del Peloponeso. Si aquella se jugaba en el Mediterráneo antiguo, ahora el marco es más bien el Atlántico. Además, los dos estados en liza ya no son las relativamente pequeñas polis griegas, sino grandes naciones modernas, es decir, monarquías que se quieren absolutas.

La comparación no es del todo ociosa. La Guerra del Peloponeso enfrentaba una potencia marítima (Atenas y su talasocracia) con una terrestre (Esparta y sus feroces hoplitas). Inglaterra es la Atenas del XVI (y, sobre todo, de los siglos posteriores), así como España representa de algún modo la encarnación lacedemonia (espartana). La gran baza militar española, en efecto, no estaba en el mar, sino en tierra, gracias a los tercios.

El tercio se introduce en 1534. Se trataba de una unidad de infantería que venía a sustituir el sistema anterior de coronelías, por cierto una manera de administrar tácticamente el ejército que ya había sido modernizado de la mano del Gran Capitán Gonzalo de Córdoba.

Téngase en cuenta que las guerras (tendenciosamente llamadas) de reconquista habían significado un desarrollo continuado de las tradiciones militares peninsulares. Así que antes incluso de la creación del tercio la infantería española estaba entre las mejores consideradas de toda Europa, como señala el mismo Maquiavelo repetidas veces. Pero será con tal innovación como se garantizará la superioridad militar española durante los cien años siguientes.

La clave del tercio residía en la integración de armamentos. De los 3000 hombres que lo formaban, 1500 eran lanceros, 1000 rodeleros y 500 arcabuceros. Estos tres tipos de soldados explican el nombre de tercio, justamente. En la batalla, la formación en cuadrado del tercio garantizaba las primeras posiciones a los lanceros o piqueros, que avanzaban con la rodilla en tierra y la pica apoyada en el suelo, mientras que los rodeleros sorprendían desde el centro de la formación en la lucha cuerpo a cuerpo. A la par, desde fuera, los arcabuceros eran imprescindibles para la victoria final.

Además de la táctica, el otro elemento fundamental de los tercios y del ejército español de la época la encontramos más bien en la cuestión moral. Buena parte de los soldados, especialmente los cuadros de oficiales, eran voluntarios, por lo general segundos o terceros herederos de familias nobles, a los que hasta entonces esperaría una alta carrera eclesiástica, en vista de que la parte del león del patrimonio familiar correspondía al primer heredero varón.

Sólo cuando la cosa empezó a degenerar y los mercenarios, mal pagados, sustituyeron por completo a los voluntarios, ya entrado el XVII, la infantería española conoció la triste suerte de los otros elementos de la administración ineficiente de un Estado arruinado.

De nuevo la historia que se repite: la victoria efímera del militarismo de la potencia terrestre seguida del gran triunfo de la próspera nación marítima y comercial. En el caso de Atenas, un éxito póstumo que hace figurar en nuestros manuales los nombres de todos los hombres ilustres. En el caso de Inglaterra, la imposición planetaria de un sistema económico, como quien dice inventado por los ingleses: el capitalismo.