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Las Guerras Cántabras

La serie de conflictos bélicos entre el Imperio Romano y las diversas tribus que poblaban el norte de Hispania es conocida como Las Guerras Cántabras, y tuvieron lugar entre los años 29 a.C. y 19 a.C.

Tanto los Cántabros (emparentados con los celtas) como los Astures, Vascones y Vacceos se vieron envueltos en una de las más sangrientas luchas por la conquista de la Península Ibérica. Pero Roma topó con uno de sus más duros rivales en los cántabros, un pueblo conocido por sus habilidades en el combate que frecuentemente servía como mercenario de otras causas, tales como el Sitio de Numancia o la Segunda Guerra Púnica junto a Aníbal.

El modo de vida de los cántabros también incluía el saqueo de los pueblos vecinos, algunos de los cuales estaban ya bajo el dominio y protección de Roma. Esta condición y el descubrimiento de minas de oro en aquellas tierras hizo que los romanos, en graves apuros económicos tras las guerras civiles por la sucesión de Julio César, tomaron la determinación de resolver ambos problemas de una sola vez, además del prestigio que supondría para Augusto.

La campaña militar comienza en el 29 a.C. y es comandada por Statilio Tauro, en contra de los pueblos cántabros, astures y vacceos, que habían unido sus fuerzas en contra de la dominación romana. En principio los vacceos fueron conquistados de manera pacífica, pero al no poder someter a los otros pueblos, levanta un campamento en Asturica (Astorga) como puesto avanzado para nuevos intentos de conquista. Los sucesivos intentos durante los siguientes tres años y a cargo de diferentes legados, terminan por poner al mismo emperador Augusto al frente de un ejército de 8 legiones (unos 80.000 hombres según los historiadores) y dar el golpe definitivo sobre cántabros y astures.

La campaña de Augusto durante el año 26 a.C se centra en la conquista de los cántabros, quienes ante el avance de las legiones se vieron obligados a refugiarse en Bergida (Atica), de la que también tuvieron que huir a su castro fortificado del monte Vindio. Éste fue el último refugio de la mayor parte de los cántabros antes de fallecer víctimas del hambre y del asedio de los romanos. Lo mismo ocurría en Aracillum, donde los defensores resultaron finalmente aniquilados tras un largo asedio, no sin que antes el invierno diezmara a los atacantes romanos. Tras una última resistencia que tuvo lugar en Mons Medullius, los cántabros fueron derrotados, por lo que los romanos centraron su atención de nuevo en los astures.

Los astures trataron de combatir a los romanos sin recurrir a la lucha frontal, y preparaban un ataque por sorpresa a los invasores, pero la traición puso fin a sus planes y fueron duramente castigados por los romanos. Los astures se vieron obligados a refugiarse en Lancia, que poco después fue tomada e incendiada por las tropas romanas a las órdenes de Carisio, lo que convirtió el resto del conflicto en una intrincada resistencia de guerrillas por parte de los hispanos.

En el año 25 a.C. Augusto regresa a Roma y anuncia el fin de la campaña en el norte de Hispania, pero esta paz no duraría mucho, ya que posteriores revueltas de los supervivientes, tanto de cántabros como de astures, pusieron en jaque su prestigio. Las represalias en Hispania, a cargo de Marco Agripa, fueron de sobra desmedidas, siendo arrasadas e incendiadas sus aldeas y castros y sus habitantes vendidos como esclavos, además de que todos los hombres en edad de combatir fueron sistemáticamente ejecutados.

Los cántabros, sometidos definitivamente en el 19 a.C., fueron recordados por los romanos como el «pueblo más fiero de Hispania».

Foto vía: nationalgeographic