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Los almohades y la batalla de Navas de Tolosa

Vamos a hablaros de la batalla más importante, en cuanto al número de efectivos involucrados en uno y otro bando, de la Reconquista, en las Navas de Tolosa. Sin embargo, antes debemos precisar brevemente este curioso y muy tendencioso término de “Reconquista”.

Porque no se limita a describir, sino que de suyo interpreta. Pertenece a una historia oficial que parece creer aquello de la unidad de destino en lo universal (y, por supuesto, bajo el palio de un catolicismo ontológico) referida a España (y por cierto, ¿por qué no escribir Hespaña, con hache, que remita a la Hispania romana, a una península habitada por diferentes pueblos, culturas y lenguas, a la vez distintas pero integradas en el marco de la UE de la época, esto es., el Imperio romano?).

Pero tal lectura de la historia es, cuando menos, muy discutible. Es uno de los mitos heredados de la construcción historiográfica del XIX (y engordados por el franquismo) cuando al centralismo borbónico se le ocurre, por primera vez, unir España: creación de provincias, asimilación de impuestos, unificación pesos y medidas, primeras leyes generales de educación, etc. Téngase, pues, esto muy presente a la hora de leer este post.

Fue un 16 de julio de 1212, lunes por más señas, cuando un ejército cristiano con aires de cruzada y encabezado por tres reyes (Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra) derrotó al califa almohade Muhammad al-Nasir, señor del al-Andalus y del norte de África.

De los tres reyes cristianos, era Alfonso VIII quien más se jugaba. En el fondo, la batalla de las Navas no se habría producido de no ser por las ganas que el monarca castellano tenía de sacarse una espina: la dolorosa derrota de Alarcos, en 1195. Expliquemos esto.

La dinastía bereber de los almohades conoció un éxito tan rápido como fugaz y, en el caso español, representa la postrera etapa de esplendor árabe en la península. Podemos fechar el nacimiento de la dinastía en el año de 1121, cuando un asceta de la tribu e los masmuda, Muhammad ibn-Tumart, que había estudiado en Córdoba y Bagdag, se proclamó mahd, “el bien guiado”.

Apenas cuatro décadas después, los almohades dominaban un imperio desde el sur de Portugal hasta el norte de la Libia actual. Era evidente que el impulso de la Reconquista se había detenido. Los almohades no sólo reforzaron las posiciones islámicas en la península sino que se atrevían a avanzar en el sur del Tajo y en el curso bajo del Ebro.

En 1190, sin embargo, una incursión cristiana, desde Toledo, saqueó el valle del Guadalquivir. Eso era jugar con fuego: Sevilla, la capital almohade peninsular, estaba demasiado cerca. El califa Abu Yusuf Yaqub cruzó el estrecho, reunió un numeroso ejército y se enfrentó a Alfonso VIII en Alarcos. Resultado: gran victoria almohade.

Sin embargo, las cuantiosas posesiones perdidas por los cristianos duraron poco en manos de los almohades. Éstos tenían que defenderse de poderosos enemigos en el norte de África.
Alfonso VIII aprovechó la tregua de una década pactada tras la derrota de Alarcos para reorganizarse y sumar apoyos entre los reinos cristianos.

Finalizada la tregua, tambores de guerra anunciaron lo inevitable. Los cristianos, envalentonados, prepararon la guerra con escaramuzas e incursiones y la Iglesia de Inocencio III llamó a los fieles a participar en la cruzada contra los mahometanos.

Finalmente, dos formidables ejércitos se enfrentaron en la navas cercanas al puerto de Muradal, en Sierra Morena. Las cifras no están claras pero se piensa que el total de hombres en combate rondaría los dos cientos mil. Una batalla de proporciones desconocidas para la época y que terminó con la victoria cristiana. La Reconquista (¿el empobrecimiento cultural de España?), sin embargo, iba a necesitar todavía casi 300 años más para consumarse.

Foto vía: forum.stirpes