El cierre del diario ‘Madrid’, en 1971
Nos permitirán nuestros lectores que hoy pongamos sobre la mesa un tema más local en apariencia, pero que en definitiva define la realidad (es decir, las miserias) de un Régimen. La ocasión nos la brinda una noticia luctuosa: la de la muerte, ocurrida la semana pasada, de Antonio Fontán, del que los obituarios destacaban su condición de primer presidente del Senado en la democracia posfranquista.
Antes de asumir tal cargo, sin embargo, antes incluso de que quien era llamado el Caudillo hubiese abandonado este valle de lágrimas en medio de una sociedad hondamente compungida (nuestros padres sabrán), a Antonio Fontán le cupo la suerte, o la desgracia, de ser el último director del diario Madrid.
El Madrid independiente, como se lo conocía popularmente, intentó el difícil equilibrio no ya de hacer «prensa libre», algo inimaginable entonces, sino meramente de transitar con cierta dignidad por la senda abierta en virtud de la Ley de Prensa, del año 1966.
La Ley de Prensa fue obra de aquel ministro que ya era viejo en tiempos de Franco, Manuel Fraga (luego monarca de Galicia con el título de don Manuel). En su fuero interno Fraga soñaba con devenir estadista, y de los grandes. Esta ley pretendía poner los cimientos. Pero que nadie se engañe: la calle seguía siendo de don Manuel, como el muy bien se encargaba de recordar cuando alguien amenzaba con ponérsele farruco.
Esto es, la ley Fraga suprimía teóricamente la censura previa pero disponía medidas «en justa proporción» a quien se pasase un poco de la raya. Lo estupefaciente e ignominioso era lo que los jerarcas del régimen entendían por «pasarse de la raya». Sencillamente, como ha escrito en alguna ocasión el periodista Miguel Ángel Aguilar, quien perseverase en su «falta de calor en el elogio a Franco».
Tal el Madrid. Antes de la consumación de la estulticia, las autoridades cerraron el diario durante cuatro meses. Fue en 1968, año de tantos acontecimientos no sólo en Francia (por ejemplo, ETA empezó a matar), a raíz de un artículo de Rafal Calvo Serer, a la sazón presidente del periódico, con motivo de las revueltas parisinas. Retirarse a tiempo. No al general De Gaulle, se titulaba. El régimen vio el peligro de evidentes paralelismos entre ese no a De gaulle y un no al Caudillo.
El cierre definitivo se produjo tres años después, en 1971. Un ministro de aquellos que pululaban en derredor del Generalísimo no se sabe muy bien haciendo qué cosas (además de cerrar periódicos e ir de cazerías), un tal Alfredo Sanchez Bella, fue el instigador de la acometida final.
Este señor Bella, al parecer, quiso retratar, con el lapiz no del carpintero sino con la brocha de los canallas, a los dueños y a los trabajadores del Madrid ante la sociedad. Propuso un trueque: la cabeza del director, Antonio Fontán, cuyo puesto sería ocupado por un falangista «ilustre», José María Alfaro, a cambio de la posibilidad de que periódico siguiese saliendo cada tarde.
Pero la plantilla del Madrid no claudicó y, por una vez, se impuso la lealtad al interés, la amistad a la amenaza. Aunque, eso sí, no sólo cerrarón el periódico sino que, después, hasta demolieron el edificio. Ad maiorem gloria Ducis, es decir, para mayor gloria del Caudillo.
Publicado en: Edad Contemporanea, Historia de España
